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Nazarenos a la calle para compartir penas y alegrías

María del Mar Salinas Ruiz

 

La Semana Santa es la representación de un múltiple teatro milenario, acaso eterno.

El primero, el más antiguo y quizá el original, sucedió en Galilea dos mil años atrás.

“Están crucificando a Jesús, a ese mismo que entró triunfalmente en Jerusalén el pasado Domingo de Ramos seguido de una muchedumbre enardecida y delirante entre la que se encontraban muchos niños. Están crucificando a Jesús, el hijo de María y de José, el descendiente del rey David. Están matando, según todos los indicios, a un hombre bueno, a un incondicional de todos los hombres, así en plural. Morirá, pues, quien no ha hecho mal a nadie, un inocente...”

            El segundo teatro es la Semana Santa en su amplio conjunto: imagenes ambulantes, nombres y situaciones repiten de un modo ficticio, el primer teatro. Es tradición, sí. Pero sigue viva. Y muchas veces me he preguntado, como muchos de vosotros, qué tiene de especial la Semana Santa, qué la hace estar viva. Yo creo que lo especial está en el pueblo, nuestro pueblo, que toma la calle. Miguel de Unamuno lo explicó muy bien:

“Resolveríamos mucho si saliendo todos a la calle y poniendo a la luz nuestras penas, que acaso resultaran ser una pena común, nos pusiéramos en común a llorarlas y a dar gritos al cielo y a llamar a Dios. Aunque no nos oyese, que sí nos oiría. Lo mas santo de un templo es que es el lugar al que se va a llorar en común.”

            Así es. Los callosinos salimos a la calle en primavera a poner nuestras penas y alegrías en común. Cuando la huerta callosina comienza a oler a azahar. Cuando en las iglesias no cabe nadie más. Cuando en las aceras esperamos dos y tres horas para ver los pies descalzos y ensangrentados del Cristo de la Caída, la cara al cielo de la Virgen de los Dolores, los ángeles acompañando al Santo Sepulcro...

            Es el momento de la primera luna llena de la primavera. La renovación de la naturaleza y la pasión de Cristo van de la mano. Durante unos días todos nos sentimos identificados con el personaje de Jesús. Desparecen las diferencias, las clases sociales y las ideologías. ¿Quién no ha sentido alguna vez el abandono, la traición, la duda de las largas horas de la pasión? Pasamos a ser actores del tercer teatro. Somos los actores de la vida sucediendo al primer teatro. Con sentimiento de pérdida, de comprensión, de misericordia, de superación, de dolor, de alegría, de vida y de muerte.

            Hace ya algunos años, un grupo de muchachos decidieron ponerse a la obra para crear ellos mismos su propia hermandad. Eran casi adolescentes y todos coincidían en que la austeridad y la penitencia debían ser sus señas de identidad, señas que se preservan hasta nuestros días. Cargando con cruces como Jesús y con el tono unísono de simples tambores acompañan a la penitencia a todos los callosinos. Y en la acera se oye una voz de niño que pregunta:

-         ¿por qué algunos de ellos van descalzos?

También a los niños, sobre todo a los niños, les gusta los ‘Nazarenos de Cristo’. Ellos son los primeros en fijarse en esos pies descalzos. Cada hermano descalzo tiene una historia detrás. Quizá un hijo que estaba enfermo y se curó. Tal vez una madre o un padre enfermos que esperan sentados a que pase la procesión. Sueños, deseos, aflicciones, penas y congojas han sido depositados por muchas generaciones a los pies del Cristo de la Caída.

            Hay quien dice que es un estado de ánimo lo que se  pone en común estos días en nuestra Semana Santa. Otros hablan de expresión de identidad, reencuentro de familias, espíritu de fraternidad. Llamadlo como queráis. Manifestación cultural, renovación de la fe religiosa, piedad popular, deseos de fiesta, exaltación de las raíces, eterna costumbre.

Pero abramos de par en par nuestros ojos y nuestro corazón. Compartamos nuestras penas y nuestros pecados. Hagamos de la Semana Santa un tiempo de renovación y con ello le otorgaremos vida infinita.

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